...que podamos desprendernos de la indiferencia, del estado de distracción en el que nos ha sumido el sinsentido de tantos mensajes publicitarios, tanta desinformación y tanto entretenimiento... Jaume Pagès

domingo, 29 de abril de 2012

Cielo y tierra al partir el pan en un rinconcito del Quiché


Son ya dos años en estas tierras y todavía quedan muchas Guatemalas por descubrir en este crisol a la vez maravilloso y dramático de etnias, lenguas, clases sociales, privilegios, ecosistemas, creencias y cosmovisiones. Cualquier simplificación se queda muy pobre para explicar tantos matices y recovecos, que son los que acaban conformando la realidad auténtica y que explican la historia de Guatemala, y a la vez se explican por ella.

Esta Semana Santa tuve la oportunidad de descubrir algunas más, tal vez más reales y definidas que el propio conjunto. Compartí esos días, siempre tan especiales y subrayados en el calendario, en una pequeña comunidad-aldea ladina del Quiché más o menos profundo. Una comunidad con el rimbombante nombre de San Isidro Nueva Jerusalén, de apenas treinta casas dispersas colgadas en una empinada ladera montañosa. 
 
Días después, resulta complicado explicarlo con palabras. Hacía ya varios años que no pasaba varias noches en hogares con madera de ocote como luminaria; que no llegaba a comunidades en las que un carro o una moto jamás se plantearían alcanzar; porque llegar a pie sin caerse es ya un desafío. Hacía tiempo que la luna no guiaba mis caminatas nocturnas como un gran linterna natural. Hacía tiempo que no compartía la fe con tanta naturalidad y sencillez; y se hacía tan viva y tan real. Es algo tan profundamente hermosos el recibir un desayuno, un almuerzo, una cena con tanta generosidad y gratuidad. Esos cafés con pan dulce hecho horas atrás en los hornos de barro sabían mejor que cualquier delicatesen importada.  El ser conscientes del sudor y el amor que hay detrás de ello; el palpar y contemplar el constante trabajo de hombres y mujeres; y su conexión umbilical con la tierra, con el trabajo diario, con la familia... 

Panes recién salidos del horno

Quizás fue como entrar por una ventanita en lo que era la vida rural de nuestros bisabuelos; una realidad que sigue siendo aun hoy en muchas partes de Guatemala; y que desconocen buena parte de los Guatemaltecos urbanos; y algunos de los profesionales de las Naciones Unidas (como yo). Con la obsesión por la seguridad se impide en buena parte crear lazos y conocer a fondo realidades; el temor impide la fraternidad, los altos sueldos y la búsqueda de la comodidad personal tejen una barrera de difícil franqueo para embarrarse los pies, para escuchar y percibir a aquellos a los que estamos llamados a servir en sus ambientes, en sus realidades, en sus momentos.

Pero no todo es tan lindo como las amplias vistas que se alcanzan a ver desde la empinada ladera de San Isidro; la escuela es un “multigrado” con un aula de madera atendido por un solo maestro que llega con no excesiva frecuencia. No hay preescolar, ningún joven de la comunidad ha llegado a estudiar secundaria (dos horas a pie de vuelta en cuesta y la incapacidad económica de las familias lo explican). Para dar a luz las mujeres tienen que bajar caminado tras romper aguas por aquellos caminos de cabras; el traslado de los enfermos apenas consigo imaginarlo; no existe ningún tipo de consulta periódica en la comunidad ya sea de médicos o enfermeros.
 Escuelita Multigrado de San Isidro Nueva Jerusalén

Con todo, creo que no me atrevería a darles ninguna lección de vida, a decirles como deben producir la tierra, como interactuar con la naturaleza, como distribuirse los roles en la familia o como relacionarse con “la civilización” (esquizofrénica) de apenas unos kilómetros más abajo. Creo que desarrollan muchas capacidades humanas que tristemente tenemos atrofiadas; y con una bondad y una dignidad nada despreciable.   

El Jueves Santo tuvimos la oportunidad, fue un desafío físico al mismo tiempo, de subir dos hora más de camino (el equipo completo capitalino que estaba disperso en las comunidades del valle), y llegar a la comunidad de Paso Canastos; una Guatemala cercana físicamente, pero esta vez de indígenas Quiché (como lo son la mayoría en el Departamento). Un café y el pan nos recibió en la Escuela. La alegría y fraternidad nos acompañó en la jornada entre juegos, risas, regalos mutuos y celebración compartida de la palabra (entre Quiché y Castellano). Cerca del cielo, pero con los pies más en la tierra que nunca.
   
Ahora, de vuelta en Ciudad de Guatemala, se recuerdan las conversaciones a la luz del ocote sobre la historia de cada familiar, los reclutamientos forzados en las Patrullas de Autodefensa Civil en los 80, la película sobre Gerardi proyectada en el muro de una escuela de Concepción, el viacrucis conjunto de todas las comunidades y… uno sonríe al ver los más de quinientos “piquetes” de pulga que ya empiezan a invisibilizarse en manos, brazos, cuello, piernas, cintura… Sin duda, algo de mí, quedó en esas laderas escarpadas y en esos hogares.
 
Jóvenes del grupo "La Ruah" de Zona 18 de Ciudad de Guatemala

También quedó de los jóvenes capitalinos. Es tan importante ese conocimiento y el respeto nacido del acercamiento fraterno, profundo, vital y comprensivo entre los jóvenes urbanos y aquellos que remueven la tierra en cerros perdidos desde hace años.

Feliz Pascua, por un 2012 de verdadera resurrección planetaria.
Paz, justicia y bien.